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Una paloma blanca

Cuenta una vieja leyenda que en tiempos pasados sobre el viejo cerro se erguía un imponente palacio blanco. Ordenado construir por el tatarabuelo del rey que por aquellos años gobernaba, acogía entre sus majestuosos muros a todos aquellos fatigados pies peregrinos que venían de tierras lejanas. 
Se hablaba de que las caballerizas de la edificación eran realmente las más lujosas de todo el reino, lo cual también atraía a muchos curiosos que pedían aposento solo para verificar el rumor, hecho que obligaba al rey a contratar numerosos mozos de cuadras. Entre ellos un joven muchacho recién llegado, que no tardó en hacerse con varios amigos, sobre todo el príncipe. Pasaba tardes enteras en las caballerizas hablando con él. Algunas malas lenguas empezaron a hacer circular rumores sobre la extraña relación que tenían. Pero la verdad era que el joven criado había visto mundo mientras que el joven heredero, encerrado en su aburrida vida noble, no había salido más allá de los dominios de su padre. Rara vez había estado en el pueblo, así que el día que conoció al mozo, tan cargado de bellas aventuras, lo atosigó a preguntas. Y allí pasaba las tardes el joven príncipe, embelesado con las historias sobre los países vecinos. Nunca se había visto a dos personas más unidas. Pero no todo era felicidad. Dicen que una mañana la torre amaneció allí, oscura y amenazadora, presagiando muerte. Hablan de su morador, un malvado brujo que todo el día se encerraba a hacer conjuros y pociones en su secreto laboratorio… Sin embargo el misterio pronto quedó resuelto. Un día de los de mercado y alboroto en la plaza, apareció un mago ofreciendo bellos trucos a los caminantes, que curiosos se acercaban a observar. Pasaba allí todas las tardes, encandilando a la gente con sus artes oscuras. Un buen día se alzó en el centro de la plaza y amenazó con apoderarse del reino. No obstante era un brujo torpe y de aspecto ridículo, de manera que nadie lo tomó en serio, lo cual provocó su cólera. 
- ¡Algún día vuestras mercedes lamentarán burlarse de tal manera de mi nombre! ¡Pronto mi fachada, que ahora les parece tan sumamente graciosa, no les infligirá más que terror!- la plaza prorrumpió en sonoras carcajadas.
- ¿Y dices que desde entonces no sale de su torre?- El príncipe miró hacia la negra torre que se erguía frente a su palacio y cuyo pico asomaba sobre la muralla.
- Así es. La gente opina que está loco.
- Obviamente debe estarlo si piensa que unos trucos de brujo ambulante derrotarán un ejército tan fuerte como el de un rey.
- Ssh- El criado hizo un gesto al príncipe- Ya nos está otra vez siguiendo…- Se volvió - ¿Qué quieres ahora?
El criado tenía una hermana menor que había traído consigo de su antiguo hogar. A pesar de llevarse tan solo un año con su hermano, parecía una niña asustada, siempre con aquel descuidado aspecto.
- ¿Qué pasa, qué miras? ¿No tienes trabajo o qué?- El hermano empezaba perder la paciencia.
El príncipe nunca la había oído hablar. Desde que llegara allí con su hermano no había pronunciado palabra alguna, por lo que todo el mundo daba ya por hecho que era muda. Los seguía constantemente, lo que irritaba sobremanera a  su hermano mayor. Al príncipe le daba lástima. Parecía tan asustada, como si no supiera muy bien donde estaba….
- ¡Me saca de quicio!- Protestaba el otro- ¡Algún día conseguirá volverme loco!
- Vamos, no seas duro con ella, solo es una niña…- La defendía el heredero.
- ¡Mucho te engaña a ti!
- Volviendo al tema del brujo… ¿Tú lo crees peligroso?
- En mi opinión es un chalado.
- Ciertamente. ¡Oh, casi lo olvido!- Dijo de pronto el príncipe- La próxima noche mi padre organiza un baile en la plaza del pueblo. Creo que no es más que otra artimaña para conseguir casarme ¿Querrías venir?
- ¡Por supuesto!
- ¡Hasta entonces pues!- y el príncipe corrió hacia sus aposentos.
El día de la fiesta no cabía un alfiler en la plaza. Había lujosos vestidos, caras de importantes nobles y militares, claro está sus hijas y esposas. 
-¿Seguro que su majestad no me descubrirá?- El príncipe había prestado a su amigo algunas de sus ropas, a fin de que pasara inadvertido. El servicio tenía prohibido asistir a las fiestas reales.
- ¡Con este aspecto ni yo te reconozco amigo! Estás muy elegante.
- Gracias, pero me sigue preocupando el tema de ser descubierto…
- ¡Vah! Relájate y disfruta de la fiesta….
Bailaron, bebieron y comieron alegremente y, fue entonces cuando entre la multitud lo vieron. Con una oscura capa negra, escondido entre las sombras nocturnas, el brujo espiaba desde detrás de las mesas con un sigilo que realmente resultaba escalofriante. El príncipe dio un codazo a su amigo, quien abandonó su copa de vino y le indicó que rodeara la mesa. Pero justo cuando iban a prenderle, apareció allí, deslumbrante, con un precioso vestido blanco, unos penetrantes ojos azules y un largo pelo rubio que le caía por la espalda. El príncipe quedó hechizado por el resplandor de la joven. Su amigo también la había visto y ambos se dirigieron hacia ella.
- Perdone bella dama, no he podido evitar percatarme de que está usted sola. ¿Le concedería este baile a un humilde hombre?
- ¡Dios mío! Le juro que jamás contemplé criatura más hermosa como vos, me agradaría tanto que aceptarais un baile…- Los amigos se miraron.
-¡Que! ¿Bailar contigo, ella?
- No veo porque no…
- Vamos, despierta ya, ¿A quién crees que preferirá a un príncipe o a ti?
- Así que se trata de eso. Pues que sepa usted “príncipe” que soy tan humano como vos.
- ¡Como osáis levantarme la voz!
- ¡Os levanto la voz como a cualquier hijo de cristiano, señor!
- ¡Impertinente!
- Disculpen caballeros, pero, debo marcharme- la joven huyó y desapareció en las sombras.
- ¡La has hecho huir!
- ¡Has sido tú!
Discutiendo y malhumorados se fueron a  su casa sin percatarse siquiera de que el brujo seguía espiando entre las sombras.
Varios días habían pasado ya desde la trifulca entre los amigos y todo olvidado había quedado. Daban su habitual paseo a caballo cuando el príncipe pidió a su amigo que le esperara y se desvió hacia el cercano río. Cuando ya se aproximaba a la ribera, escucho un bello canto que hechizó sus oídos y lo impulsó a descabalgar y acercarse escondido tras los arbustos al punto del que procedía tan maravillosa melodía. Cuan grata fue su sorpresa al hallar a la hermana de su amigo lavando la ropa sentada sobre la orilla. El sol acariciaba su pelo y le regalaba unos tonos rojizos que redondeaban la dulzura de su cara. 
Estaba a punto de acercarse y saludarla cuando la vio. Desmontando de un caballo blanco, la bella dama que noches atrás le diera calabazas recogía con sus blancas manos la cristalina agua del río. El príncipe, cegado por la belleza de la joven se encaminó sin miedo hacia ella. 
- Disculpad, pero no hubiera confundido vuestro rostro ni a mil leguas de distancia. ¿No sois vos la bella dama de la anterior fiesta?
- Buena memoria tiene usted. Yo también le reconozco… Pero lamento no haberme quedado con su identidad.
- Soy el hijo del rey- dijo el príncipe con la intención de hacerse notar.
- ¡Vaya! El heredero de tan bello paraje, me arrodillo ante vos.
- Soy yo quien debería inclinarme ante tan deslumbrante hermosura como la vuestra.- LA muchacha le sonrió.
- ¡Majestad, debemos apresurarnos!- El sirviente apareció de entre los arbustos y observó a los dos personajes que frente a él se hallaban.
- Buenos días mi señora.- dijo al tiempo que lanzaba una mirada de reproche al príncipe. Se marcharon, pero nadie se dio cuenta de que la criada había dejado de cantar, había recogido sus cosas y había desaparecido, muerta de la vergüenza.
No dijo nada sobre el tema, pero la situación estaba sostenida en un fino hilo que pronto se rompería. La tensión entre ambos amigos aumentó hasta que sus disputas pasaron de boca en boca. Y llegó el día en el que el hilo por fin se rompió y toda la tensión acumulada se volcó en un encuentro por sorpresa a muerte. 
- Quien gane se llevará el favor de esta hermosa dama- dictaminó el príncipe- ¿Preparado?
Todo sucedió muy rápido. Desenfundaron con tal majestuosa rapidez que nadie nunca ha verificado quien fue el primero. Sí se sabe que ambos disparos sonaron como uno solo y que a ambos alcanzó en el corazón. Malheridos y derrotados, los jóvenes cayeron al suelo. 
- Ahora que se aproxima el momento de nuestra muerte, decidnos pues quien de los dos recibirá un último beso- dijo el príncipe mirando hacia el lugar en el que, instantes antes, la dama había estado.
Contemplaron atónitos que se había convertido en una paloma blanca que volaba hasta el hombro del malvado brujo, quien reía enérgicamente. Al fondo vieron la silueta de la criada, que con sus asustados ojos plagados de lágrimas despedía a su única familia y a su único amor quienes, cegados por los celos, se habían destruido mutuamente.


Irene, 2008.


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